Por Larry
Romanoff, 14 de Octubre, 2022
Traducción:
PEC
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Una de las
principales iniciativas propagandísticas americanas pretende medir y juzgar a
las naciones, una representación escénica en la que los americanos, con la
inestimable ayuda de los medios de comunicación de propiedad judía, acaparan el
único micrófono mientras ejercen su presunto derecho a establecer las normas de
evaluación de la validez moral inherente de otras naciones y formas de
gobierno, e incluso de las propias culturas nacionales. Pero la mayoría de las
normas aplicadas en estos ejercicios de "Sentirse bien por ser
americano" son vacuas, medidas indefinidas y en gran medida
indefinibles, prácticamente todas ellas no mensurables, y en su mayoría
tonterías utópicas. Constantemente se nos trata con condescendencia con
insensatas afirmaciones sobre la "libertad", los "valores
democráticos", el "Estado de Derecho", el "orden
internacional basado en normas", o cosas como ser "una
sociedad genuinamente libre y abierta". Las frases, aunque atractivas,
son tan generales que carecen de sentido.
La
superioridad moral no proviene de los tópicos ni de fingir valores utópicos,
sino de los actos. Es lo que eres, no lo que dices que eres. No me
importa mucho lo que dices defender o en lo que crees; me interesan tus actos,
que es donde reside la prueba. Estas actuaciones juveniles de relaciones
públicas consisten sobre todo en americanos que hacen perder el tiempo a todo
el mundo reivindicando ideales míticos insensatos y proporcionando largas
listas de cosas en las que "creen" pero que nunca practican, sus
convicciones religiosas no prueban nada salvo la histeria colectiva,
especialmente las partes sobre los valores democráticos. Los americanos creen
que son "buenos", pero ¿en qué sentido son, como individuos o como
nación, mejores o moralmente superiores a un canadiense, un alemán, un chino o
un brasileño? La simple verdad, obvia para todo el mundo excepto para los
propios americanos, es que no son superiores, y hay pruebas evidentes de que
son peores.
Cuando
discutimos la naturaleza de las naciones, el valor intrínseco de sus gobiernos
y estructuras, e incluso de la propia moral social, estas normas establecidas
por los americanos son en sí mismas erróneas. La distinción más importante
para una nación, al igual que para un individuo, es su carácter, demostrado con
hechos más que con tópicos, cuyo principal rasgo determinante es su actitud
hacia la humanidad, reflejada principalmente en su nivel de agresividad o
beligerancia: el deseo de paz o de guerra. Casi todo
lo demás que es importante sobre una nación o una persona se deriva de esta
distinción, de un carácter de respeto y preocupación por las personas, o de
desprecio y agresión. Aunque a menudo definimos estas características en
términos políticos, su naturaleza básica no es política sino humana, y refleja
el carácter, la naturaleza humana, de las personas que viven en esas naciones.
La verdadera medida de una nación existe en las mismas características que
empleamos para medir a las personas. No evaluamos principalmente a las personas
en función de su política o religión, o de su salud, la extensión de su
patrimonio o su fuerza física. Todo eso es irrelevante cuando preguntamos: "¿Qué
clase de persona eres?”.
Las
naciones tienen personalidades y características que sirven para definirlas. Los
alemanes son famosos por su precisión y su respeto por la calidad. Sólo
Alemania podría construir un Mercedes o un BMW. Sólo los italianos podrían
diseñar y fabricar un Ferrari o un Lamborghini. Sólo los franceses podían
fabricar un 2CV. No es casualidad que Italia y, en cierta medida, Francia sean
los centros mundiales de la moda. Algunas naciones y sus gentes están
imbuidas de una cultura que valora más la cohesión del grupo que la
individualidad, o se centra naturalmente en la riqueza de la calidad de vida
más que en la obtención de posesiones. Algunos pueblos se interesan
principalmente por el dinero, otros por el poder. La virtud es tan
importante para juzgar a una nación como a las personas. Podemos ser
envidiosos por naturaleza y quizás sentirnos atraídos por personas ricas y
guapas o hermosas, quizás también poderosas. Pero cuando evaluamos a los demás,
la mayoría de nosotros somos capaces de mirar más allá de lo externo y
superficial y de hurgar un poco más, centrando primero nuestro examen en lo
esencial del carácter de una persona.
¿A quién
admiramos en nuestras vidas? A las personas que son fuertes, pero buenas. Hombres
y mujeres superiores de grandes proporciones y carácter fuerte, que no son
arrogantes, mezquinos o ruines, sino que son pacientes y tolerantes con los
menos dotados o dotadas. Admiramos la generosidad y la bondad de corazón.
Despreciamos la mezquindad y la jactancia, al igual que los celos y la envidia.
Aborrecemos la violencia y a las personas violentas, y evitamos a quienes se
enfadan con facilidad. Nadie respeta a un hombre que se deja llevar, que
depende de su fuerza física o de sus poderosos contactos para protegerse. Nadie
admira a una mujer que carece de pudor, ni respeta a los hombres que son
depredadores de mujeres o que disfrutan aprovechándose de los débiles. A nadie
le gusta un matón o un hipócrita, un mentiroso o un ladrón. Ninguno de nosotros
elegiría estar en compañía de alguien que siempre quiere tener el control, que
se niega a reconocer las necesidades o los deseos de los demás, y todos
conocemos los peligros de un hombre que se regodea en el poder cuando lo
obtiene. En cambio, admiramos a quienes muestran paciencia y tolerancia hacia
quienes son menos afortunados que ellos. Respetamos la honradez y la integridad
personal, el apego a la verdad, un alto grado de madurez. Admiramos el valor y
despreciamos a los cobardes. Admiramos a los que tienen sentido de la
justicia tanto para los demás como para sí mismos, a los que tratan a los demás
como les gustaría que les trataran a ellos. Nos disgustan y evitamos a los
mentirosos habituales, y la mayoría de nosotros sentimos un desprecio natural y
bien merecido por los que mienten sobre los demás.
Así pues,
si tuviéramos que valorar y evaluar al Capitán América, ¿cómo lo calificaríamos
en términos de superioridad moral o de cualquier otro tipo? Para empezar con
las superficialidades, admitiríamos que es físicamente fuerte, más rico que
muchos, quizá guapo y bien vestido, y parece vivir en una bonita casa. ¿Pero
luego qué? Afirma creer en un dios, pero incumple libremente todas las leyes de
ese dios. Es una persona violenta, la violencia hacia casi todos los demás es
un adjetivo que define su carácter, y ha sido así desde la infancia. No hay
duda de que utiliza su fuerza para intimidar a todos los que le rodean, y sin duda
es un depredador. Depredar a los débiles es uno de sus adjetivos definitorios.
También es un cobarde, que evita la confrontación hasta que pueda debilitar lo
suficiente a un oponente a distancia antes de atacar, sin haber demostrado
nunca ningún interés en lo que podríamos llamar "una lucha justa". Al
igual que sus bravuconadas, su mezquindad es legendaria, y no es más que un
darwinista social, con su disposición a la ley de la selva dirigiendo
prácticamente todos sus encuentros sociales. No sólo es mezquino y violento,
sino que disfruta haciendo sufrir y viendo sufrir a otras personas (más
débiles), y además ha sido así desde niño. Por lo general, está decidido a
ganar a toda costa, despojándose libremente de cualquier valor que pretenda
tener. No sólo miente hasta la saciedad, sino que utiliza esas mentiras para
denigrar primero el carácter de aquellos a los que pretende intimidar y atacar
físicamente, esperando que los ignorantes no se den cuenta de que ésa es su
táctica para justificar su violencia contra ellos. Y es un quejica. Toma por
la fuerza todo lo que puede, y se queja cuando no puede.
Ciertamente,
es un hipócrita, su hipocresía es tan sobresaliente como para calificarla de
característica definitoria de su naturaleza. No vemos indicios de un corazón
bondadoso ni de una disposición indulgente, y el único producto que parece
distribuir con generosidad es su violencia inherente. Es obvio para todos que
se deleita en el poder como lo hace todo hombre inferior. Vemos pruebas
abrumadoras de su mezquindad e inmadurez, así como de su falta de simple
honestidad y sinceridad, siendo de nuevo la falta de sinceridad un adjetivo
definitorio de su carácter. A menudo es celoso y envidioso, hasta el punto de
que hará todo lo posible por hundir a aquellos cuyas virtudes destaquen y
parezcan atraer la admiración o el respeto de los demás. Está tan engañado que,
en su mente, sólo él tiene derecho al respeto y la admiración, por no hablar de
la obediencia. La justicia (para los demás) no parece estar en su vocabulario.
Es
arrogante y fanfarrón casi más allá de la descripción, la modestia también está
ausente de su vocabulario. Se jacta a menudo de su alto nivel de educación,
pero parece ser más ignorante que nadie en cualquier parte. La codicia es una
característica muy desagradable, pero este hombre es codicioso de una manera
especialmente desagradable, no sólo quiere ser rico hasta el punto de
golpear a los demás y robarles, sino que también está decidido a que todos los
demás sean pobres y sigan siéndolo. No sólo quiere ser más rico que los
demás, sino que quiere que ninguna otra persona tenga riqueza alguna.
Superficialmente, parece hacer excepciones con algunos de sus amigos, pero a
escondidas les roba como roba a cualquiera y, a la hora de la verdad, emplearía
libremente su violencia incluso contra ellos. También es esencialmente
anárquico, viola cualquier ley nacional o internacional que le parezca
inconveniente, dependiendo de su fuerza física y de su poder de
intimidación para protegerse. Platón lo dijo mejor que nadie, hace más
de 2.000 años: "La medida de un hombre es lo que hace con el poder”.
Quizá la
característica más sorprendente de este hombre sea su capacidad de autoengaño.
Viaja no sólo por su propio país, sino por todo el mundo, jactándose santurronamente
de su excelente carácter, hablando a todo el mundo de sus altos valores, de su
fe en su dios, de su creencia en la libertad y la igualdad, en lo que él llama
"derechos humanos", y mucho más, todas ellas características que son
patente y evidentemente inexistentes en sus actos. Luego pide al mundo que
ignore su multitud de actos criminales y le juzgue únicamente por esos valores
imaginarios que profesa. ¿Está loco? Sí, claro que lo está. Un psicópata, y uno
muy peligroso. Pero es incluso mucho peor que esto. El
Capitán América es ante todo un asesino. Eso es lo
que mejor sabe hacer, y lo que siempre ha hecho, y trata con absoluto desprecio
a aquellos a los que mata, especialmente a los niños pequeños que para él no
son más que "bichos aplastados". Decir que este hombre es patológico
es subestimar gravemente su enfermedad mental. Hay pocos en la historia que
hayan matado a tanta gente como este hombre, y que lo hayan hecho de forma tan
salvaje y sin remordimientos, o que glorifiquen el asesinato tanto como él,
escribiendo y cantando sobre las "gloriosas batallas" que ha librado
contra oponentes débiles. Exhibe un nivel de criminalidad totalmente
despiadado.
A
principios de 2014, el escritor americano John Kaminski publicó un
artículo titulado "América sin la Máscara: Ante
todo, una nación de asesinos". Comenzaba afirmando: "Estados Unidos es
una nación de asesinos. Siempre lo ha sido, desde los primeros peregrinos que
pisaron Massachusetts y más tarde asesinaron a las mismas personas que les habían
salvado del hambre. Toda la población americana está atrapada en el
autoengaño de que son héroes que luchan contra una serie interminable de
enemigos malvados. Pero, en realidad, sus enemigos siempre han sido personas
inocentes, normalmente ocupadas en sus propios asuntos, puestas en peligro por
sus propias posesiones valiosas, que los americanos inevitablemente codician, y
matarán a cualquiera para conseguirlas. Los países más prósperos y con mayor
visión de futuro siempre han sido los mejores asesinos, y América, cuyo
presupuesto para guerras y armamento supera el total combinado de todos los demás
países del mundo, es el país asesino más prodigioso de todos los tiempos”.
Señaló,
como he tratado de detallar ampliamente, la intensa campaña de propaganda
iniciada por Lippman y Bernays, que hizo que los alemanes comieran bebés
en la Primera Guerra Mundial, y que Khaddaffi en Libia matara a su propio
pueblo, y tantas otras mentiras para que los banqueros judíos de la City de
Londres pudieran eliminar una molestia y controlar el petróleo y el oro.
Escribió: "Aunque se revele la mentira, puede que no se cambie el
resultado. Este es un retrato de la justicia americana en todo el mundo, el
legado que esta odiosa nación de asesinos sigue desatando sobre el mundo. Todas
las bellas palabras de teólogos y filósofos sólo pretenden encubrir las
inenarrables realidades de Hiroshima (y otras) que pretenden reducir la
población a un nivel manejable en una plantación dirigida por tipos con látigos
en las manos". Y terminaba con este párrafo:
"Qué
orgullosos deben estar los americanos de que EEUU siga siendo el gigante
belicista del mundo. Todo lo que se necesita hoy en día es un puñado de dólares
prácticamente sin valor, y los EE.UU. succiona otra nación prostituida en la
órbita corrupta del Nuevo Orden Mundial. Algunos de nosotros intentamos
levantarnos y señalar que todo esto está mal, pero nuestras voces se pierden en
un maremágnum de trivialidades irrelevantes que son más importantes para la
mayoría de la gente que sus propias vidas, que su propio bienestar. Y a medida
que se lanzan nuevos aviones y se arrojan nuevas bombas, nuestras voces se ven
ahogadas por los horribles sonidos de personas que jadean y mueren, debido a
nuestra negativa a reconocer que nosotros mismos hemos fracasado a la hora de
protestar contra las mentiras que les están matando. Debido a nuestra profunda
ignorancia, nuestras familias pronto sufrirán el mismo destino que aquellos
inocentes que han muerto porque no tuvimos el valor de enfrentarnos a las
mentiras que nos dijeron, y que todavía nos dicen. Estados
Unidos es una nación de asesinos. Si te llamas a ti
mismo americano, debes aceptarlo como la verdad y actuar en consecuencia de
alguna manera para tratar de redimirte de la escoria desconsiderada que la
historia juzgará que has sido. O al menos tendrás que hacerlo si algo te
importa algo”.
He hablado
brevemente en otro lugar de la reciente película de Hollywood "American
sniper" (Francotirador americano), basada en la historia real de un
tal Chris Kyle, un americano descrito como "el francotirador más letal de
la historia de Estados Unidos, cuya fama se extendió en todas direcciones, un
héroe...". Este hombre escribió un libro sobre sí mismo, describiendo en
parte lo que disfrutaba matando iraquíes, incluso niños pequeños, viendo a sus
madres angustiadas y llorando sobre los cadáveres de sus hijos. El libro se
hizo enormemente popular, permaneciendo casi un año en la lista de los más
vendidos del New York Times. Hollywood rodó una película sobre él que también
fue tremendamente popular, siendo nominada a seis categorías de los Oscar de la
Academia, y el Gobernador de Texas, Greg Abbott, declaró oficialmente en el Estado
el 2 de febrero "Día de Chris Kyle", "en honor a un héroe
americano".
Se
hicieron estatuas de bronce en su honor. Un periódico afirmó que la película
recibió "elogios generalizados entre los conservadores por representar a
un soldado americano en su mejor momento". Chris Hedges escribió un
impactante artículo titulado "Matar cabezas de trapo por Jesús",
en el que afirmaba que esta película "idolatra los aspectos más
despreciables de la sociedad americana: la cultura de las armas, la adoración
ciega de los militares, la creencia de que tenemos un derecho innato como
nación "cristiana" a exterminar a las "razas inferiores" de
la Tierra". Escribió que la película comienza en una iglesia donde la
congregación está escuchando un sermón sobre "el plan de Dios para los
cristianos americanos", donde nuestro héroe francotirador, Chris Kyle,
será llamado por Dios para usar su "don" de matar. Kyle es citado
diciendo: "Sólo desearía haber matado más. Me encantaba matar... Me
encantaba lo que hacía. Aún me gusta... era divertido. Me lo pasé como
nunca". Hedges señaló que Kyle incluso se tatuó una cruz en el brazo
porque "quería que todo el mundo supiera que era cristiano". La
justicia de matar en nombre de Dios ha acechado a Estados Unidos desde su
nacimiento y es tan virulenta hoy como lo ha sido siempre. Si esto no te
asusta, no sé qué podría hacerlo. ¿Cómo puedes evitar llegar a la conclusión de
que los americanos están total y criminalmente locos?
En todo
esto, creo que podríamos hacer algunas preguntas a los americanos. ¿No se os
revuelve el estómago al saber lo que vuestro gobierno ha hecho en Afganistán,
Irán, Irak y Libia, y los escuadrones de la muerte de la CIA en Haití,
Nicaragua y El Salvador? ¿Qué os parece que Madeline Albright matara
deliberadamente a medio millón de niños pequeños para dar una lección a Sadam?
Si estáis orgulloso de eso, ¿de qué estáis orgullosos exactamente? ¿De los
bebés muertos? ¿Del hecho de que pudierais matarlos sin castigo ni retribución?
¿Cómo podéis, como seres humanos, no responder con una repugnancia
desgarradora ante una persona así y ante las personas que la nombraron y la
apoyaron? ¿Habéis visto las fotos de los fetos horriblemente deformados
genéticamente que han aparecido en Irak, Libia, la antigua Yugoslavia y
Vietnam? ¿Cómo podéis vivir con eso? ¿Qué opináis de que vuestro país asesine
tan libremente a tantos millones de mujeres y niños en otros países y luego se
lamente por unos cuantos niños asesinados en una escuela de vuestro país?
¿En qué se diferencia vuestro Presidente de cualquier dictador psicópata o jefe
de la mafia? ¿Cómo podéis no estar indignados por vuestro propio
Presidente, gobierno y país? ¿Cómo podéis, como americanos, simplemente
apartar la vista y no mirar los siglos de maldad y miseria que vuestro país ha
infligido a tantas naciones inocentes?
Siempre os
habéis enorgullecido de vuestros presidentes y otros líderes nacionales,
citándolos a menudo como justificación de la superioridad moral de vuestra
nación, pero la mayoría de vuestros favoritos, como Washington, Lincoln,
Roosevelt y Kennedy, son inviables, con una lista lo bastante larga de
bazofia, sordidez, racismo, mezquindad, crueldad, inmoralidad, criminalidad e
instintos genocidas como para hacer creer a Atila el Huno que había nacido
antes de tiempo. Muchos de vuestros Presidentes, Secretarios de Estado y
Secretarios de Defensa eran criminales dementes. ¿Qué os parece que vuestros
dirigentes abrieran una universidad dedicada a enseñar a torturar y reprimir a
la población civil? Os enorgullecéis mucho de vuestras instituciones
democráticas, pero ¿cómo respondéis a la acusación de que vuestro Congreso es
el mayor grupo de traidores de la historia?
¿Dónde
encontráis en todo esto un fundamento para vuestra pretensión de superioridad
moral? ¿En qué sentido sois, como individuos, superiores a alguien, en cualquier
lugar? ¿En qué es superior vuestro gobierno? ¿Cómo son vuestros presidentes y
líderes moralmente superiores a los matones genocidas a los que instruyen en
vuestra Escuela de las Américas? Todo vuestro país, desde su gobierno
"democrático", hasta sus instituciones, CIA, militares y
corporaciones, es sólo una gran empresa criminal. No veo cómo es posible
hoy en día ser americano y no estar profundamente avergonzado de mi país y de
todo lo que representa, no de las cosas que dice, sino de las cosas que hace.
Ya es hora de que el mundo deje de mimaros y, en su lugar, ponga en tela de
juicio vuestras descerebradas pretensiones de bondad y superioridad presentando
todas las sucias verdades de vuestra nación, y os pida cuentas por vuestros
actos y vuestros crímenes.
Os
enorgullecéis de ser una democracia, un gobierno del pueblo, y afirmáis que
estáis al mando, que vosotros dictáis las acciones de vuestros congresistas y
senadores, y que tenéis el poder de reemplazarlos en cualquier momento. Sean o
no ciertas estas afirmaciones, vosotros como individuos sois responsables de
los enormes crímenes de vuestro gobierno. Vosotros sabíais o deberíais haber sabido lo que
vuestro Presidente, la CIA y los militares estaban haciendo, y vuestra
ignorancia voluntaria no puede excusaros. Y cuando os enterasteis de estos crímenes, no
hicisteis nada. No os opusisteis, no os manifestasteis. No hubo protestas
callejeras, ni millones de cartas al editor que expresaran vuestro horror o
incluso vuestra desaprobación. De hecho, la mayoría de vosotros parecíais
aprobar estos actos, y os enorgullecíais de ser americanos tal y como parecéis
definir ese término. Y en todo esto, estáis tan orgullosos de ser americanos
que cada noche os cantáis a vosotros mismos canciones de cuna sobre vuestros
valores democráticos. Pero, ¿cómo os atrevéis a jactaros de vuestros
valores democráticos cuando vuestras manos están empapadas de sangre humana?
*
Los escritos del Sr. Romanoff se han traducido a 30
idiomas y sus artículos se han publicado en más de 150 sitios web de noticias y
política en idiomas extranjeros en más de 30 países, así como en más de 100
plataformas en inglés. Larry Romanoff es consultor de gestión y empresario
jubilado. Ha ocupado altos cargos ejecutivos en empresas de consultoría
internacional y ha sido propietario de un negocio internacional de importación
y exportación. Ha sido profesor visitante en la Universidad Fudan de Shanghai,
presentando casos prácticos de asuntos internacionales a las clases del último
año del EMBA. El Sr. Romanoff vive en Shanghai y actualmente está escribiendo
una serie de diez libros relacionados generalmente con China y Occidente. Es
uno de los autores que contribuyen a la nueva antología de Cynthia McKinney
"When China Sneezes" (Cuando China estornuda), Cap. 2 "Tratar con Demonios".
Puede verse su archivo completo en
https://www.moonofshanghai.com/ and
http://www.bluemoonofshanghai.com/
Puede contactarse con él en: 2186604556@qq.com
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